A Richard de su amigo Eduardo
No, no me suena igual Funeral Home que tanatorio. Murió mi amigo Richard Miller, este 6, en San Diego, donde vivió mas de 40 años. Lo conocí hace 30 años, cuando recién empezaba yo a trabajar en la firma en la cual él ya había estado por mas de una década.
Suena raro que Richard haya muerto, suena aun mas raro decir mi amigo murió. Tengo tantos líos con eso de la palabra amigo. Un tipo especial, fumador incansable. Pensador meticuloso y obstinado. Le gustaban los buenos coches, que reacondicionaba en su taller de hobbies, donde siempre había algún Porsche a renovar. Y las mujeres, adoraba las mujeres que enmarcaban su vida. Se iluminaba cuando las evocaba. Fiel a su condición de norteamericano culto y libre pensador, uno al verlo podría haber supuesto que era un técnico mas, un “redneck”, vestido en camisa y vaqueros. Otra cosa era hablar con él. Articulado, leedor del New Yorker, nunca abandonada su ascendencia del East Coast. ¿Qué supe de él? ¿Lo conocía? Nunca hablamos de cosas íntimas, salvo usando construcciones indirectas y abstrusas. Un respeto mutuo nos unía. Ya pasó casi mi vida, y sin duda la de él. Lo cremaron. Puedo imaginarme entrar al Funeral Home de San Diego donde su cadáver, aun sin quemar, estuvo algunas horas. El hubiera investigado cuidadosamente la tecnología del cremado. Quizás lo haya hecho. Todo destreza en la parte manual de su trabajo, lógica impecable en la formulación teórica. Si, fue mi amigo, pero me entero tarde, como siempre.
El tiempo, esa coordenada incompresible, se comprime y se retuerce cuando trato de acordarme de él. Entro en el Funeral Home desde aquí, donde estoy, sin moverme, tecleando cuatro frases, y lo invito a conversar. Hablamos, la conversación dura treinta años, aunque se dicen muy pocas palabras, en buena gramática de inglés americano. Tenemos los dos copas grandes y bellas de cristal a medio llenar con Syrah de California, el me dice y yo traduzco:
-No se si el vino se vuelve mejor con la edad, pero seguro que la edad se vuelve mejor con el vino.
¡Salud Richard!
Cuando traduzco, aquí o en Funeral Home donde realmente sucede esto, ¿traiciono lo que me dijo, más que lo que lo traiciona mi pobre memoria, flaca en imaginación y entristecida por que ya mi vida casi pasó y aun no entiendo nada? O es como dice Sergio, mi hijo, que toda traducción de literatura es una nueva creación, me dice que esto lo inventó Borges, y que hace que los países periféricos como Argentina, no tengan nada ni nadie a quien envidiar. Pero de que estoy hablando, si no estoy traduciendo literatura, sino una imagen de cuando Richard reía y bebía, y fumaba, siempre fumaba. Como deseé fumar con él cuando charlábamos, café en mano, después de haber yo dejado el cigarrillo.
Le pregunto, traduzco, porque por supuesto le pregunto esto en inglés con acento argentino,
-¿Richard, te contesté bien esa pregunta sobre la inductancia magnética que me hiciste en 1981?
- Pero si Eduardo (nunca nadie me llamó otra cosa que Eduardo, Eddy, Ed, no eran para mi, y el Edu es algo demasiado cariñoso para un amigo del trabajo). Siempre me contestaste bien.
Lo dudo, pero que se le va hacer, las respuestas, como también así las preguntas, fueron cremadas.
Pasan unos cuantos años, o milisegundos, o no se. Lo veo decirme,
-Eduardo, no busques los errores en un artículo científico en las derivaciones complicadas, los errores están siempre en las primeras líneas, donde se formulan las hipótesis.
Me pregunto, sigo bebiendo el Syrah, de verdad que está bien, aterciopelado y rojo intenso, queda bien en el Funeral Home, si la vida es también así. Que los errores que cometemos constantemente no están en nuestro trajinar, sino en las premisas que llevamos desde el vamos. Nacidas en nuestra infancia, cuando la apertura del juego, de ese juego de ajedrez que perderemos inexorablemente.
Estoy muy contento, en un momento de la película que estoy viendo, esa que dura tres décadas, pero que en verdad es muy corta y de pocos momentos interesantes: me promueven. Richard viene a casa donde estamos celebrando. Me regala un libro de Machiavelli. Lo tengo en casa, nunca lo leí. Carajo, no está mal para un ingeniero como Richard.
La botella ya está casi vacía, Richard está apurado, no le gustan los Funeral Homes, en San Diego o en ninguna parte, me imagino que tampoco le gustarían los tanatorios de Madrid, o los velatorios de Buenos Aires. Pero me dice:
-Eduardo ya estoy cremado, no puedo quedarme mucho mas, ni aun en tu tecleo. Pero, te acordás cuando te di la copia de ese cuento de Borges que me pareció estupendo.
- Si Richard, me acuerdo, y me acuerdo también de ese articulo del New Yorker que me diste, donde el autor se comparaba con un holograma evanescente; al envejecer iba perdiendo partes de su riqueza de color y detalle. Eso es lo que somos Richard hologramas evanescentes.
Mi amigo Richard murió antes de ayer, cremado fue en un Funeral Home de San Diego, al que fui desde aquí, sin moverme, y tuvimos una conversación que me dejó un magnífico gusto a Syrah, de California, si Richard, de California.
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