martes, 29 de abril de 2008

La precisión y el azar

Eduardo Waisman, Madrid 13 de Febrero de 2008
Se levantó a la misma hora de siempre. Sentía inquietud, una ansiedad brumosa. Tenía algo que ver con el sueño de esa noche. Un signo, el tren… Sus sentidos estaban atenazados por esas vaguedades. El tren era el mismo de siempre, el de los martes y los jueves, el que había tomado salvo en vacaciones por 22 años, 3 meses y dos semanas. El horario decía las 7.23. En realidad, pensó, más bien las 7.28 con una desviación estándar de 4 minutos. De su casa a la estación debía caminar 1250 metros. Un trayecto de 15 a 16 minutos dependiendo de las luces peatonales. Miró el reloj de la cocina: eran las 6.04. Más que tiempo suficiente, se dijo, sintiendo que la angustia negaba el razonamiento. Veinte minutos para preparar y tomar el desayuno, 15 para leer el diario mientras regularmente se ocupaba de sus intestinos, 15 para ducharse y vestirse. Con el abrigo ya puesto miró nuevamente hacia la pared. El horror le arrancó un grito quedo, otra vez las 6.04. Miró su reloj pulsera, no entendió lo que veía, miró afuera, aún era de noche. Decidió salir. Bajó las escaleras mal iluminadas de a dos en dos. Escuchaba su respiración cada vez más rápida. Comenzó a correr por la acera izquierda, la de siempre, levemente irreconocible, ningún otro transeúnte en su dirección o la contraria. Se cayó, la rodilla le sangraba. Se levantó, la calle se alargaba y se estrechaba, a sus lados las vidrieras oscuras de tiendas cerradas. El ritmo de pulsaciones cardíacas, calculó, tenía que ser 150 por minuto. Cruzó la intersección sin reconocer donde estaba. Sintió el sudor rodando por la espalda. Ninguna manera de saber cuanto faltaba, nadie para preguntar, y ese dolor en el costado para recordarle años de vida sedentaria. Resbaló, dando tumbos se encontró en la calzada, levantó la vista, antes de ver los faros del camión ya inevitable recordó con toda lucidez el signo en el sueño: X, hoy era miércoles. Tuvo todavía un instante para sentir la satisfacción de haber seguido el consejo de su madre: “siempre lleva las bragas limpias, nunca se sabe”.

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