martes, 29 de abril de 2008

Mano y Contramano

EW. Madrid. 16 de abril de 2008.
En ese tiempo la calle Warnes, en el barrio de Villa Crespo, tenía las dos direcciones. Esos ciento y pico de metros a izquierda y derecha del umbral de mi casa alquilada por siempre y desde siempre eran casi todo mi mundo exterior. Amigos y enemigos habitaban o transitaban esos metros a los cuales llegaba el ruido del tranvía 89 y la tos de fumador irredimible de mi padre a la vuelta del trabajo o el café.
De derecha a izquierda venían las carrozas tiradas por caballos azabaches de camino al cementerio de la Chacarita, interrumpiéndolo todo con su ruido de ruedas y herraduras sobre el adoquinado. Los chicos cristianos, esos que me habían dicho una vez que yo había matado a cristo, se persignaban. Yo los miraba persignarse. El número de carrozas y las esculturas donde iba el cajón definían el status del muerto. Un cajón blanco y chiquito con angelitos al costado era la señal de un muerto prematuro. Al llegar a la esquina las carrozas giraban por la calle Muñecas y después de un momento desaparecían permitiéndole a mi cuadra retomar su tortuoso gusto por vivir.
De izquierda a derecha los días de lluvia y mini-inundación el agua corría cubriendo todo, rebalsando el cordón, mojando la vereda hasta el umbral. Ahora que lo pienso era una indicación de que aun la pampa plana y eterna, sobre la cual Warnes fue construida en algún pasado ajeno, tenía un declive que obligaba a un río temporario a producir olas grandes para la dimensión de nuestros barquitos de papel, que se alejaban para no volver y terminar en la alcantarilla de la otra esquina.
Más de medio siglo después entraría por fin a la Chacarita, al entierro de una mujer que apenas conocía, en un día resplandeciente. La pusieron en un nicho numerado de la tercera fila, cuarta columna, como quién deposita algo en una caja de seguridad cuya única garantía es estar cerrada.
En algún otro tiempo lejano me subí a uno de esos barquitos y me fui de izquierda a derecha a hacer mi vida, como si no hubiera ya estado hecha. Evité con cuidado la alcantarilla y me cercioré de que lloviera suficiente para que mi viaje no cambiara de sentido.
Me cuenta un amigo que hoy Warnes tiene una sola mano, se olvida de decirme hacia donde va, aunque en nuestro silencio lo sabemos.
De todas maneras uno de estos días voy por ahí, creo que el umbral no está, pero supongo que nadie se enojaría si me apoyo en la pared, cerca de donde estaba, y espero, espero, a ver, sin persignarme, hacia donde va el tráfico.

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